Estaban sentadas una al lado de la otra, sobre la mesa redonda reposaban esparcidos hilos, telas, agujas, dedales y dos tés. Ella le contaba a su amiga que el negocio había dado lo que tenía que dar, es decir que había llegado la hora del cierre. Acababa de hablar con el propietario del local para dejar de pagar la renta del alquiler, y el señor muy amablemente le comentó que lo entendía perfectamente y que no se preocupara. La amiga escuchaba atentamente mientras sostenía la taza con ambas manos bebiendo a pequeños sorbos el líquido caliente, su mirada transmitía el pesar por el abandono de un proyecto, ella sabía lo ilusionada que había estado su amiga en aquél negocio.
El local era pequeño, pero muy bien aprovechado, tenía una estantería con libros de bordado, un sillón orejero que fue bordado con mucho esfuerzo e ilusión, una mesa redonda y seis sillas para sentarse a bordar historias pasadas, presentes y futuras con quien quisiera compartirlas. Sobre la pared colgaban cuadros bordados, un espejo y un reloj. El local tenía un nombre La Cierva Blanca. Ese local estaba habitado por un inquilino que no se veía, pero que se dejaba ver haciendo trastadas. La amiga emprendedora enseguida se dio cuenta que pasaban cosas “extrañas” en aquel local. El reloj se paraba de repente cuando la pila funcionaba perfectamente, la puerta del baño se abría sola, esto lo hacía cuando había gente y no siempre, tiraba las tazas… bueno esas cosas que suelen hacer los que aún no saben muy bien dónde están.
Esa tarde mientras las dos amigas compartían la noticia de la despedida del local, este cuadro que comparto contigo estaba colgado justo entre las dos. Al decir la amiga emprendedora -Me voy de aquí, el cuadro salió disparado, sí literal, disparado de la pared y se lanzó al vacío. Las dos amigas se miraron sorprendidas sin entender muy bien qué había ocurrido, miraron la pared y vieron para su asombro que la alcayata seguía clavada en la pared. Recogieron el cuadro que sorprendentemente no se rompió, dejaron la conversación aparte, recogieron todo lo que había en la mesa, cerraron la puerta y salieron a la calle, ya era noche cerrada, y como siempre que pasan cosas que la razón no puede encontrar respuesta, se despidieron y no volvieron a verse nunca más.
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