Las vacaciones de verano daban para mucho, al menos así es el recuerdo de mi infancia. El tiempo se detenía y las horas languidecían acompañadas de calor, persianas echadas, cuerpos pequeños obligados a descansar en la hora de la siesta, días de juegos interminables en la calle hasta que la noche caía sobre nuestras cabezas y las voces de nuestras madres nos llamaban para la vuelta a casa. Ahora, mi pensamiento me lleva a esos recuerdos y sólo puedo entrar en ellos a través del calor, es el único punto de unión entre ese pasado y ese presente. El tiempo no se detiene, todo lo contrario, acelera como si no llegase a la hora que él mismo se ha marcado, no hay persianas echadas, ahora hay aires acondicionados, y los cuerpos pequeños no son obligados a dormir la siesta, ya tienen su propia siesta conectados al sueño virtual. Los juegos en la calle han sido sustituidos por vehículos, rodados y aparcados y así va mi pensamiento junto a las manecillas del reloj del tiempo, imparable
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