Equlibrio

8 de julio de 2022

¡Hello people!

¿Vamos? aquí estoy, subida en mi bici. Te voy a contar un secreto, un momento, siempre entro en la duda si hablo a una persona o a muchas, siento que a muchas así que a partir de ahora me dirigiré a «vosotros» porque os visualizo como una multitud de ojos leyendo mis palabras, bueno no son mías salen de mí, pero en realidad no me pertenecen, son vuestras.

Retomemos, os voy a contar una historia, mi historia con la bicicleta, de niña deseaba no sabéis cuanto tener una bicicleta, a mi vecina, Elena así se llamaba, le regalaron una maravillosa BH de color azul metalizado y yo soñaba, deseaba tener una igual, mi madre, que era la que mandaba por aquél entonces dijo un NO sonoro, seco y rotundo para dejar claro que en su casa no iba a entrar semejante armatoste que lo único que iba a hacer aparte de ocupar sitio, también cogería polvo y claro ella no iba a limpiar una pieza más de mobiliario sin ningún tipo de utilidad más allá que el deseo imperioso de una niña que deseaba pedalear y pedalear para sentir la velocidad, el equilibrio y la seguridad en sí misma.

Así que me pegué cual lapa a mi vecina Elena cada vez que salía con su flamante BH a montar en la calle de atrás, así llamábamos a la calle donde todos los niños salíamos a ciertas horas del día para compartir juegos, libres de vigilancia, porteros y cuidadoras.

Me subí a mi anhelado velocípedo y me caí, no una vez si no muchas veces, pero ahí seguía yo, intentándolo una y otra vez, tampoco tenía a un padre o madre guiándome como luego hicimos mi pareja y yo con nuestros hijos para darles ánimo y orientación en la forma de colocar los pies, las manos en el manillar, la vista, tu enfoque, tu seguridad, tu confianza… nada de eso, yo sola me lo decía todo, o más bien no me decía nada, solo había un objetivo, mantenerme en equilibrio encima de la bici.

Lo conseguí, sí, pero con un pequeño fallo que si miraba a un árbol me iba derecha a él, este pequeño inconveniente no lo corregí, quizás porque mi vecina Elena se cansó de prestar tantas vueltas a la pesada que se apoderó de su BH y ese pequeño inconveniente no llegué a controlar.

No volví a coger una bicicleta hasta los 16 años, de nuevo una bicicleta prestada, era de mi primo Juan Antonio, y yo feliz subida en ella hasta que me fijé en un árbol y allá que fui derechita hacia él.

Pasaron los años, y yo seguía con esa idea en mi cabeza «quiero bicicletear muy bien» cada vez que veía a un biciclista (sé que no se escribe así, pero a mí me gusta como suena) deseaba mantener ese equilibrio adorado, y bueno a los 40 años por fin tuve mi propia bicicleta, salí a pasear con ella por el campo, y muy bien, mantenía perfectamente el equilibrio, peeeeeeeeero los dioses se confabularon contra mis deseos cumplidos y me puso en el camino a un pobre señor, bueno no era pobre, digo pobre por lo que pasó, y como iba diciendo apareció en mi camino un pobre hombre y allá que fui, derechita hacia él, imagínate la cara de susto del señor al ver a una mujer subida en una bicicleta y que por vaya usted a saber por qué le quiere atropellar en mitad del campo, dramático.

Así que decidí aparcar mi deseo infantil frustrado de montar en bici y me pasé a la natación, esta historia os la contaré otro día.

Creo que estoy haciendo mi nuevo trabajo muy bien, bueno no lo creo lo afirmo. Me sale solo con lo cual espero que mis jefes se den cuenta de ello y se sientan orgullosos de mi. Ojalá que Inmaculada se sienta bien en su nuevo estado.