Dando la espalda

Se levantó temprano, no tenía muy claro cuál de los personajes que había ido desarrollando a lo largo de su vida iba a tomar hoy el mando de sus pasos. Se dirigió a la cocina al igual que hacía todos los días, independientemente de quién tomaría la posesión, este ritual se hacía maquinalmente, sin premeditación.

Abrió el grifo, dejó correr el agua, había oído no sabía muy bien dónde, que había que dejar correr el agua para que se limpiara la cañería después de haber estado horas sin haber sido utilizada, esto también se hacía en grupo, es decir todos sus yoes en este punto estaban de acuerdo.

Siguió cumpliendo con sus rutinas diarias, hasta que puso un pie en la calle, ahí es dónde uno de sus personajes tomaba el relevo y se hacía el dueño del presente. Ese día tomó posesión la melancolía. Fue subir al coche, dar a la llave de contacto y al escuchar el ruido del motor, le inundó la melancolía del recuerdo. El sonido del mar, ¿dónde estaba?. Se puso en marcha y buscaba en cada punto que sus ojos se fijaban un atisbo de sincronía cromática. No la encontró.

Entendió que no le quedaba otra que dejarse poseer por el espíritu conquistador.  Se rindió a él, como se rendía cada día al que tomaba sin previo aviso posesión de su templo sagrado. De vuelta a casa, ya de noche volvieron todos a agruparse y a realizar los movimientos aprendidos, en casa ninguno se manifestaba como el líder del grupo, todos eran uno.

Se tendió en la cama y dio la espalda a todo lo vivido, no sabía muy bien quién era en realidad, ni qué hacía en este mundo, se olvidó de sí misma hace mucho, mucho tiempo dejando que sus sombras la vistieran cada día.