28 de agosto de 2023
El vestido estaba manchado, por ello, se quedaba olvidado en el armario. Pasó el tiempo y, esperaba impaciente, al principio, ser recogido de aquella oscuridad para lucirse, pasearse al ser expuesto a la luz que añoraba con su recuerdo volver a vivir.
Pasó el tiempo, ninguna fuerza exterior le sacaba de aquel oscuro interior, dejó por ello, desear aquel hipotético rescate. En un principio desesperó, para más tarde comenzar a mirar hacia aquella forzada oscuridad ¿Qué pasaría si mirase en lo no visto? ¿Qué podría encontrar?
Ese pensamiento, le dio un escalofrío, era un vestido de verano y, ese supuesto repentino e inesperado frío, le hizo pensar cómo había llegado a sentirse olvidado, abandonado quizás.
Miró hacia dentro y apareció fugazmente, el sentimiento de culpa, sí, una culpa provocada por una mancha. Esa mancha enturbió su belleza, antes de ella se sentía bello, le gustaba exhibirse, ser admirado por ojos ajenos, acariciado, paseado, querido.
La pregunta que el surgió fue ¿Qué o quién había provocado esa mancha? La respuesta llegó de inmediato, esa mancha vino de fuera, el error fue que él la hizo suya y cargó con una culpa ajena.
En cuanto entendió su ostracismo, un pequeño rayo de luz entró en la oscuridad del armario. Una fuerza desconocida, pero a la vez conocida, le rescató. Se dejó llevar por ella y notó cómo cambiaba su percepción de lo que había sido y ahora ya no era.
Cambió. Se sintió dichoso, ahora sí que podía sentir la belleza que recorría todo su espacio. Lo esperado llegó, a partir de entonces no volvió a temer a la oscuridad y se sintió dichoso por el mero hecho de ser.
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